
ALERTA: SPOILER (desde el inicio)
Sinopsis
¿Quién es realmente Karim D? ¿El recién descubierto escritor adorado por los medios? ¿O su alias Arthur Rambo, autor de mensajes llenos de odio que alguien descubre en las redes sociales?
No tiene más remedio que emprender una huida. ¿A qué lugar? Se desconoce. Quizá ni siquiera él lo sepa. Atrás deja a su familia, una madre abnegada por sus hijos y un hermano menor con una preocupante confusión. Atrás quedan su barrio, su trabajo y sus aspiraciones. Pero sobre todo, atrás permanece el ruido que acabó con su imagen pública. Y con una vida prometedora. Mira adelante y en realidad no se intuye qué es lo que contempla. Todo está derruido desde las redes sociales.
Como punto de partida, un joven de origen argelino sobresale en Francia. De hecho, vive, a buen seguro, la mejor noche de su vida. Cuenta con el reconocimiento general, de propios y extraños, después de publicar su segundo libro. Su voz es la de un sector numeroso del país galo pero que parece estar abocado a una perpetua marginación. Es la población de ascendencia africana, y en gran número árabe, que habita en sus ciudades. Ya es mayoritariamente de nacionalidad francesa, en segunda, tercera… generación, pero se encuentra, también en su mayor parte, en la incomprensión.
Sin embargo, en torno a Karim D todo se derrumba en una sola noche. De un minuto al siguiente, pasa de la cima al subsuelo. Apenas unos instantes son suficientes para que el aplauso y el respeto colectivos se conviertan en la más absoluta reprobación. El rechazo social es generalizado, y muy duro. El motivo, he ahí lo fundamental del film, es una retahíla de mensajes en Twitter con un pseudónimo. Arthur Rambo, el nombre tras el que se escondía el muchacho, escribía barbaridades antisemitas, homofóbicas, apologéticas del extremismo islámico…

A lo largo de algo más de hora y media, el espectador asiste a la caída de un ídolo de barro. Lo más trágico es que con él se hunde la justa reivindicación de quienes, en la vieja Europa del siglo XXI, se ven obligados a vivir en algo muy similar a guetos. Son los suburbios de Francia, muy especialmente en París. Éste es otro aspecto esencial de la película, que basa su línea argumental precisamente en la crítica -negativa- de la falta de reflexión de la sociedad actual y la situación de los habitantes que, aun cuando tienen pleno derecho, son de segunda. O de tercera. O de váyase a saber.
De entrada, el largometraje es la más cruda representación de la realidad presente, en un mundo en que la actividad en Internet se produce sin control alguno. Y que en no pocos casos, muy al contrario, tiene lugar sin conciencia de lo que significa hoy en día. Tampoco es necesario adherirse al momento pues existe aquello que llaman la huella o el rastro digital. En eso que se denominan redes sociales prevalecen el anonimato y la escasez de raciocinio y educación. Nada sucede. Bueno, en realidad ocurre que el perjuicio es para las personas que no se esconden y que actúan con normalidad.
Por otro lado, la película se presenta como un alegato contra la discriminación, que por desgracia se mantiene incluso -más si cabe- en el orgulloso «mundo civilizado». No es muy antiguo eso de las movilizaciones en Francia de quienes se sienten desplazados. En su país, que no deje de recordarse ese hecho. Este punto es muy relevante en la filmografía del director del film, Laurent Cantet. De hecho, el cineasta obtuvo su mayor respaldo con una historia muy marcada en este sentido: La clase (Entre les murs), que logró la Palma de Oro del prestigioso Festival de Cannes en 2008.
En definitiva, el relato es una especie de lamento por la evolución de la sociedad en los últimos años. Se trata de una recreación certera de la obsesión por la aceptación en Internet, principalmente en las redes sociales. Y también de una subversiva visión de la supremacía impuesta en todos los ámbitos, el analógico esencialmente. Conste que Karim D merece una reprimenda significativa por lo que hizo como Arthur Rambo. Pero no la destrucción total, al menos en lo que se ve, de su existencia. No le matan, pero le arrebatan la vida. La lección es del tipo «la letra, con sangre entra».