
ALERTA: SPOILER
Sinopsis
Un desesperado productor de cine de Hollywood se propone convertir en película una popular obra de teatro. Cuando miembros de la producción son asesinados, el cansado inspector Stoppard y la agente novata Stalker se encontrarán en medio de una intrigante novela policíaca.
El tópico: es un entretenido Cluedo. Ya es tiempo de renovar la lista de referencias. Lo cierto es que la historia guarda similitudes con el reconocido juego. Tiene un crimen -y más de uno-, bastante misterio y la facultad de divertir. Aunque también tiene muchos otros elementos diferenciadores. Por ello no estaría de más describirla sin el uso de la cita recurrente. Al fin y al cabo, el relato va mucho más allá. No sólo por la singularidad de sus aspectos principales en lo que a la trama se refiere sino por el contexto en que se desarrolla. Y por sus personajes.
Probablemente no esté a la altura de las aventuras de Benoit Blanc, el protagonista de la fresca franquicia de Puñales por la espalda. Sólo el inspector nacido del ingenio de Rian Johnson y magníficamente interpretado por Daniel Craig ya establece distancias. Sin embargo, el guion escrito por Mark Chappell y la consiguiente película dirigida por Tom George es un pequeño placer parecido. Se trata, por si aun no quedó claro, de un film a medio camino entre la intriga policíaca y la comedia. Una de esas alegrías que proporciona Hollywood de vez en cuando. Para aquel que quiera disfrutarla, claro.
Todo comienza con un asesinato. El de una persona conocida, aunque no respetada. La fama y la notoriedad son realidades distintas. A partir de ahí, una consecución de acontecimientos que tiene lugar desde una perspectiva humorística. Quizá la ausencia de carcajadas extenuantes sea el gran punto flaco del largometraje. Pero a veces no es necesario reír como un condenado para hacerlo aun sin esbozar una variación en el rostro. Y esto último lo consigue la película en todo momento. Sobre todo con la pareja protagónica, Sam Rockwell y Saoirse Roman.

El primero interpreta a un curtido inspector. La segunda, a una joven agente, muy lejos de estar preparada aún para discernir sobre un homicidio. O eso es lo que parece a lo largo del film. Al final… Al caso: el difunto es un director de cine estadounidense al que da vida -qué paradoja- Adrien Brody. El tipo, que es de lo más repulsivo, estaba en el Londres de principios de los cincuenta del pasado siglo para liderar la adaptación a la gran pantalla de una exitosa obra teatral. Es ahí donde se presenta el aspecto esencial de la historia: todo gira en torno a La ratonera y a la figura de Agatha Christie.
La acción transcurre en 1953, año en que el New Ambassadors Theatre de Londres acoge la representación de la mencionada obra teatral de la escritora inglesa. Dos de los papeles los interpretan Richard Attenborough y Sheila Sim, que fue matrimonio, por cierto, desde 1945 hasta el fallecimiento de él en 2014. Pues bien, todo eso aparece reflejado en el largometraje. También están la propia autora de Hercule Poirot o Miss Marple, el productor de cine John Woolf y el arqueólogo Sir Max Mallowan. La presencia de estos seres reales en la ficción otorga un mayor nivel a la historia.
Con ellos cohabitan en el relato otros personajes directamente imaginarios, uno muy relacionado con la vida auténtica de los otros. Tranquilidad ante el spoiler, no lo hay. El motivo del crimen -o los crímenes- es la sensación de falta de respeto de un individuo, con capacidades especiales de inteligencia -tonto, vaya- y, a la vez, desequilibrado. La causa de esto, que La ratonera procede de un cuento titulado Los tres ratones ciegos. Resulta que esa obra está basada en trágicos hechos reales. Y se desencadena todo a partir de esa circunstancia.
No es una comedia de intriga más. No logra el sobresaliente, vale, pero sí un notable totalmente justificado. Porque el film cumple y es grato al espectador. También porque no requiere una duración soporífera, eso de las dos horas y media o las tres horas o… Cada componente es utilizado de manera adecuada y sólo por revivir a Attenboroug o Christie ya merece la pena. Sobre todo cuando se ven envueltos en una experiencia colectiva tan curiosa. Vamos, que no verla es pecado. Al menos para los aficionados a este género tan de moda -por suerte-. A todo esto, no es meta-ficción sino meta-historia y eso es brillante. Ojalá hubiera más producciones así.