
Sinopsis
Una impactante historia de amor, felicidad y pérdida en la infancia de un muchacho, en pleno tumulto de finales de los años sesenta en la ciudad en la que nació el cineasta Kenneth Branagh, surgida directamente de su propia experiencia.
Muchos le conocerán por su papel de Gilderoy Lockhart en la saga cinematográfica de Harry Potter. O, aún más recientemente, por dar vida a Hércules Poirot en las últimas adaptaciones al cine del personaje creado por Agatha Christie. También ha aparecido en otras películas de circuito comercial como Wild Wild West (1999) o Valkiria (2008). Sin embargo, Kenneth Branagh es muchísimo más. En cuanto a la gran pantalla, sin ir más lejos, es el precursor de notables trabajos sobre obras de William Shakespeare, como Mucho ruido y pocas nueces (1993).
El cineasta es un apasionado y probablemente una de las más destacadas figuras del teatro de su país. De ahí que cuando da rienda suelta a su sapiencia y a su talento surjan lugares especiales como este filme. Para el título elige el nombre de una ciudad, la misma en que nació y creció durante sus primeros años de vida. Se trata de la capital de Irlanda del Norte, que el espectador contempla como nunca antes. Porque sobre ese territorio, bajo la soberanía de Reino Unido, se ha narrado muchísimo, en bastantes ocasiones muy acertadamente, pero jamás de una forma tan singular.
Habituales son los largometrajes acerca de la actividad terrorista del IRA -en español, Ejército Republicano Irlandés- y el combate gubernamental contra la banda armada. Pero el llamado conflicto norirlandés tiene una profundidad mucho mayor. Desde 1969 la problemática sacudió a la sociedad británica, sobre todo a la del área mencionada. Fue entonces cuando se considera que comenzó la incendiaria situación en la etapa más actual, ya que la confrontación existe desde tiempo atrás. Y es en verano de ese año cuando arranca la historia del filme.

La brillantez de Branagh alcanza, sino su cima, uno de los puntos más elevados de su trayectoria. El actor, que no sólo es eso, escribió el guion, intervino en la producción -y esto significa invertir dinero- y dirigió la película. Como primer acierto, el intérprete no aparece en escena, lo que a veces resulta negativo para el proyecto -que el realizador también actúe-. Con todo, este es un detalle sin importancia. Lo sustancial es el relato, así como su presentación. Si el fondo es significativo, la forma no lo es menos. Y todo está perfectamente conjugado.
Quizá haya sido un recurso tan utilizado últimamente que parezca simple. Al contrario, esta vez la imagen en blanco y negro permite trasladarse a la Belfast de 1969 con más facilidad. No obstante, la ambientación hace que este hecho sea posible. Si la misma no fuese apropiada, la fotografía en sepia, como se suele decir, no sería más que una estratagema del director. La escenografía -esto es, decorado y vestuario- genera una sobresaliente credibilidad y las condiciones propicias para que el espectador se sienta cómodo ante lo que ve.
Por tanto, en el apartado técnico el filme está cuidado al máximo. Han de añadirse en este epígrafe el propio texto y la música, que en cierto modo es un pequeño homenaje a Van Morrison. El motivo: él también es de Belfast. Suyas son nueve canciones de la banda sonora, una de ellas compuesta ex profeso. De vuelta al análisis de la película, las interpretaciones están a la altura del proyecto. En este sentido, aunque su rol sea secundario, vuelve a ser gratificante contemplar a la veterana Judi Dench, una de las grandes figuras femeninas del cine británico.

Resulta complicado destacar una actuación concreta, todas son notables y en conjunto ninguna rebaja el nivel. En definitiva, la totalidad es una excelente suma de las partes. Incluida la inclusión del color en escenas puntuales y éstas son aquellas en las que el protagonista ve una película o una obra de teatro. Dicho recurso, que utilizó Steven Spielberg, con sentido democrático, en La lista de Schindler, es una genialidad por el trasfondo. Básicamente porque el personaje principal es un niño de nueve años en el que se retrata Kenneth Branagh.
Cuando el color surge entre el blanco y negro, el cineasta muestra el nacimiento de su vocación. También los oasis de felicidad sin preocupación subyacente en un contexto complejo. Al fin y al cabo, el filme expone el inicio del peor enfrentamiento de protestantes y católicos, que es el asunto muchas veces olvidado del llamado conflicto norirlandés. En 1969 tuvo lugar el inicio de un período que se prolongó en demasía y que provocó una tremenda convulsión. Y, como una matrioska, el contencioso social se abre y dentro se encuentra otro, el de la familia del protagonista. Hay historia, pero también amor, ternura, desconcierto, frustración, incertidumbre… todo lo que en las personas es humano.
Sobre el conflicto norirlandés…
Bloody Sunday (Domingo sangriento), que refleja el trágico 30 de enero de 1972 en Derry.
(Película de 2002, dirigida por Paul Greengrass; disponible en Filmin)