
«Bueno, pero… ¡Pero, ¿esto qué es?! ¡¿Esto qué es?!». Todo aquel que ya tenga una edad recordará el momento. El 10 de junio de 1998 comenzaba el Mundial de fútbol de Francia. Como ocurría entonces, los grandes eventos de este tipo eran emitidos por La 1 de Televisión Española (TVE). Antes del partido inaugural se desarrolló el tradicional programa de apertura. Lo presentaba Matías Prats, que un momento determinado tuvo un arrebato colérico. Trataba de realizar una conexión en directo y sólo le entraban los falsos directos que en otros instantes debían aparecer en pantalla. Fue al segundo o tercer intento frustrado cuando exclamó eso que da inicio a estas líneas.
Perfecto resulta aquel bramido con palabras para culminar el visionado del que hasta ahora es último documental de crimen español de Netflix. Surge como complemento de la serie El cuerpo en llamas, un true crime interesante pero errático. El antecedente a este proceder en su catálogo por parte de la plataforma de streaming tuvo lugar con el estreno de la magnífica Dahmer, una ficción sobre la trayectoria de uno de los más aterradores asesinos seriales de Estados Unidos. El Carnicero de Milwaukee, así le apodaban. No hace falta decir más.
De vuelta al producto patrio, con el lanzamiento de El cuerpo en llamas llegó también el de Las cintas de Rosa Peral. Se trata de un documental sobre el conocido como el Crimen de la Guardia Urbana, sucedido en 2017. El 4 de mayo de ese año apareció un coche quemado junto al pantano de Foix en la provincia de Barcelona. En su maletero había un cuerpo calcinado. La identidad del mismo pudo conocerse por dos detalles: la matrícula del vehículo y el hallazgo de una prótesis del muerto. Pedro Rodríguez era guardia urbano y fue asesinado. ¿Qué sucedió? ¿Cómo ocurrió? ¿Quién lo perpetró?

A finales de marzo de 2020, con España confinada por la pandemia de Covid-19, la Justicia determinó que los culpables del crimen fueron Rosa Peral y Albert López. Ella era la pareja de la víctima y fue condenada a 25 años de prisión. Él era su amante y recibió una pena de 20 años de cárcel. Los dos eran, como Pedro Rodríguez, agentes de la Guardia Urbana de Barcelona. El caso conmocionó a Catalunya y, en realidad, a toda España. Fue uno de los más mediáticos que se recuerden en los últimos años. Es verdad, hay que decir, que no existieron pruebas indudables de los actos criminales, pero sí una colección ingente de comportamientos e indicios.
Muy grosso modo, la historia comenzó muchos años antes. Peral estableció relación con Rubén Carbó, con quien al final se casó y tuvo dos hijas. Él consiguió acceder al cuerpo de los Mossos d’Esquadra -policía autonómica catalana-, ella logró entrar en la Guardia Urbana de Barcelona. Ella le fue infiel con un compañero, que usó imágenes de contenido sexual en su contra en la llamada «pornovenganza». Ya en matrimonio y familia con Rubén, Rosa tuvo una aventura con Albert López. Hubo un triángulo, igual que cuando ella estableció noviazgo con Pedro Rodríguez. Todos salvo el ex marido habían tenido problemas disciplinarios importantes.
En este punto, el documental. La investigación del crimen fue compleja y el juicio no estuvo exento de controversia. En todo caso, el trabajo que presenta Netflix no recoge ni la décima parte de tan truculenta historia. Es decir, no es éste un trabajo de análisis y explicación al espectador, que no tiene por qué saber de la sucesión de hechos. Se trata del primer gran defecto. Quien no conociera con anterioridad, no tendrá ninguna respuesta. Se verá obligado a recurrir a otras fuentes, y las hay, para saber. Eso ya es un indicador de la calidad de la obra, que además es de parte, como se suele decir.

Cierto es que cuenta con colaboraciones muy diversas, desde el fiscal del caso hasta el padre de la asesina -según sentencia de 2020, cabe recordar-. Existe una necesaria confrontación de ideas y opiniones. Se ofrecen perspectivas. Eso sí, cerradas en torno a la verdad que se pretende. Rosa Peral fue una víctima del machismo de la sociedad. Fue condenada por ser una mujer casquivana. Ésta es la impresión que procura dar el documental, que no debería llamarse así, acerca de la criminal y del desarrollo de los acontecimientos. Todo ello con el añadido del protagonismo participativo de la propia rea, que insiste en su inocencia, y esto es normal, y además incide en la conspiración del mundo que la rodeaba para, en base a prejuicios de género, llevarla a prisión.
Lo más triste es que, de entrada, Netflix lo vende como la franquicia española, por así decirlo, de un ciclo notable y exitoso como es Conversaciones con asesinos. En él se encuentran Las cintas de… Ted Bundy, John Wayne Gacy y Jeffrey Dahmer, tres de los más horribles criminales de Estados Unidos. Pues nada tiene que ver este trabajo con esos. En aquellos, el relato se conforma a partir de grabaciones privadas con los abogados; en éste, la narración se sustenta en diálogos telefónicos ex profeso. Como es lógico, vista la voluntad de quienes tienen la idea, Peral aprovecha para contar su verdad, que no es la verdad.
Desde ahí todo empeora. La intención firme es presentar a la asesina como la víctima. Ella no sólo no mató sino que se le impartió justicia por clichés culturales. Sucede todo hasta el punto de que el espectador, con un mínimo conocimiento del caso y una pizca de mirada crítica, tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para llegar a la conclusión del metraje. Y para no acabar con una úlcera sangrante. En resumen, esto es de todo menos un documental. Su sesgo, el interés al que responde, el nulo repaso de cada hito de la historia, la connivencia con la culpable… Hacerlo peor es difícil.