
El periodista y escritor Ramón Lobo / JAVIER CUESTA (EL MUNDO)
«Al dejar atrás el callejón maldito, una nube de polvo blanco procedente del desescombro en una calle paralela lo cubre todo. Todo menos la tristeza y la memoria».
(Ramón Lobo, El callejón donde murió Ricardo Ortega, El País, 13-02-2010)
El 12 de enero de 2010 se produjo uno de los terremotos más devastadores de todos los tiempos. Con una magnitud de 7 grados en la escala de Richter, el seísmo devolvió a Puerto Príncipe a sus cimientos. La capital de Haití apareció ante la mirada global en forma de escenario posapocalíptico. Más de 200.000 personas murieron en una de las mayores catástrofes humanas de las últimas décadas. Allí, en la nación más pobre de América entonces, estuvo Ramón Lobo. Trabajaba en esa época en El País, periódico en que narró como nadie la ruina de un lugar de por sí miserable. Utilizó el lenguaje al igual que siempre, en todo momento repleto de contenido.
A pie de escombros, Lobo dio forma a sus Cuadernos de Haití. Esto fue un espléndido serial de artículos y reportajes, demoledor en su fondo y gratificante en lo periodístico. Sus textos no sólo me sobrecogieron sino que me resultaron inspiradores. Sólo unos meses después, tras viajar a República Dominicana, pretendí imitar, osado de mí, su trabajo con relatos sobre el país vecino del que cité. La distancia era y es sideral, además yo era un simple estudiante y escribía en un blog insignificante. Duró aquello tanto como un suspiro, ya que fue una de las tantas veces en que, durante mis días, he desistido en mis propósitos. Sirvió ese gesto de estupidez para reafirmar mi admiración por él.
De aquellas semanas, las finales de mi trayecto en la Facultad de Comunicación de Sevilla, recuerdo también una columna ominosa de Salvador Sostres. Escribió El mundo menstrúa -opinión publicada en El Mundo– sobre el horror de Haití. Asimilaba lo ocurrido con el período de una mujer: venía a sentenciar que el planeta se limpiaba, como un cuerpo femenino, de sus impurezas con aquello que es tan paupérrimo que no merece existir. Tal muestra de insensibilidad, tal demostración de vileza fue el asqueroso contrapunto de la excelente labor de Ramón Lobo. Y claro está, no comparo a uno con el otro porque es imposible.
La noche del miércoles falleció el hombre digno y ejemplar. Murió como consecuencia de los dos cánceres que sufría desde hace no mucho. Cerró los ojos como el soldado que enfrenta una derrota segura pero lo hace con honor. No concedo, por cierto, terreno al tópico de la lucha ligado a esa “larga enfermedad”. Esa expresión es otro tópico, insultante incluso. A las cosas, por su nombre. «Admiración porque morir sabiendo que vas a morir no es fácil. Es de valientes. Yo moriría cobardemente, atemorizado, encorsetado en el miedo como coartada», escribió el cordobés Gervasio Sánchez días atrás.
El también periodista le dedicó un emotivo adiós público a su compañero y amigo titulado Antes que anochezca, querido Ramón -publicado en Heraldo (29-07-2023)-. Los dos fueron los ojos de quien quisiera observar la peor cara del ser humano a través de sus crónicas y fotografías de conflictos como el de Bosnia-Herzegovina o alguno que otro de la olvidada África, como el de Sierra Leona. Ambos son referentes propios y deberían serlo para cualquiera que se diga periodista, también para todo aquel que aprecie un oficio tan degradado en nuestros días. No sólo por su calidad profesional sino por su don para que los hechos sean reales, no meras palabras o imágenes.
Si te interesa…
Cuadernos de Haití (serial sobre Haití de Ramón Lobo en El País, 2010)
Antes que anochezca, querido Ramón (artículo de Gervasio Sánchez en Heraldo, 29-07-2023)
Yo fui uno de los afortunados que pudieron beber directamente de la fuente de Ramón Lobo. Aunque sólo fuera por un rato. Casi alcanzaba su medianía el mes de marzo de 2010, ese año especial para mí. El periodista y escritor estaba recién llegado, por así decirlo, de Puerto Príncipe y fue uno de los ponentes de Factor humano. Esto era un ciclo de conferencias impulsado por el filósofo sevillano David Pastor Vico que era más que una oportunidad de completar la libre configuración de las licenciaturas. Año tras año se reunían figuras relevantes de muy distintos ámbitos.
Durante más de una hora, Ramón Lobo permitió conocer los entresijos de su amplia experiencia. Por supuesto, la catástrofe de Haití predominó en la disertación. Todo lo explicó con su particular estilo, ése en que prevalecen sobre cualquier otro elemento las emociones. Siempre ligadas a la más estricta verdad, no es necesario decirlo. Escucharle fue contemplar abiertamente los horrores a los que asistió y que aproximó a quienes los vemos desde lejos, en el supuesto primer mundo. Y también aprovechó para tributar la memoria de Ricardo Ortega, asesinado en Haití, en Puerto Príncipe, en 2004 mientras cumplía su función. Era otro de los reporteros clásicos, como lo fue quien le mantuvo presente cada día a posteriori.
Si te interesa…
Ricardo Ortega (artículo de Ramón Lobo en En la boca del lobo, 10-03-2009)
Haití, terremoto y Ricardo (artículo de Ramón Lobo en En la boca del lobo, 13-01-2010)
El callejón donde murió Ricardo Ortega (reportaje de Ramón Lobo en El País, 13-02-2010)
Si en algo sobresalió Ramón Lobo, además de en la capacidad para ejercer su oficio, fue precisamente en el factor humano. No sólo relataba lo que veía, lo que vivía, lo que veía vivir. Al igual que el mencionado Gervasio Sánchez, iba más allá. Sentía y hacía sentir. Obligaba a adentrarse en la oscuridad para saber de verdad cómo otros sufrían. Informaba y a la vez propiciaba una profunda reflexión. En tiempos carentes de referencias ciertas, es doloroso perder las pocas que quedan y se hace indispensable su exaltación. Aunque él lo será en adelante pese a su ausencia física. Como mínimo, para quienes soñamos antes de descubrir que no seríamos.
«Aunque me voy no me voy, aunque me voy no me ausento, aunque me voy de persona, me quedo de pensamiento».
(José Antonio Labordeta, «Albada de la ausencia», ¡Vaya tres!, 2009)